Quizá había rezado antes. En la infancia, en ese diálogo en la oscuridad que tienen los niños con la divinidad, como queriendo descubrir un interlocutor tan íntimo como el aliento. Y hubieron, por supuesto, mecánicas repeticiones en misa y en el colegio católico. Pero la primera vez que recuerdo con clara intensidad el acto de rezar, de hacer una aspiración divina, de lanzar un "relámpago inverso" con el anhelo del pensamiento y la mirada, fue en la adolescencia, una tarde viendo a Venus en el ocaso. La estrella más brillante del cielo revelaba el significado de la belleza: es una magia que llama hacia algo invisible. La primera acción religiosa fue pedir, clamar a Venus, que en el himno órfico es llamada "la que ama la risa... la dama que todo lo conecta", diamantina dama del liaison. Y no puedo olvidar ese profundo paganismo de mi corazón. Luego descubrí que Keats hacía lo mismo, confundiendo a la estrella con el objeto luminoso de amor:
Rezarle a Venus
Rezarle a Venus
Rezarle a Venus
Quizá había rezado antes. En la infancia, en ese diálogo en la oscuridad que tienen los niños con la divinidad, como queriendo descubrir un interlocutor tan íntimo como el aliento. Y hubieron, por supuesto, mecánicas repeticiones en misa y en el colegio católico. Pero la primera vez que recuerdo con clara intensidad el acto de rezar, de hacer una aspiración divina, de lanzar un "relámpago inverso" con el anhelo del pensamiento y la mirada, fue en la adolescencia, una tarde viendo a Venus en el ocaso. La estrella más brillante del cielo revelaba el significado de la belleza: es una magia que llama hacia algo invisible. La primera acción religiosa fue pedir, clamar a Venus, que en el himno órfico es llamada "la que ama la risa... la dama que todo lo conecta", diamantina dama del liaison. Y no puedo olvidar ese profundo paganismo de mi corazón. Luego descubrí que Keats hacía lo mismo, confundiendo a la estrella con el objeto luminoso de amor: